Un frío tan frío que toma color azul se cuela bajo las puertas, por ese espacio por el que entra la luz o los pasos de los vecinos transeúntes. Ese espacio que marca la frontera que Harrison, el perro, se esfuerza por proteger. Son sus dominios.
Los cielos se están encaneciendo con un brillo plateado y las nubes se peinan difícilmente, pues están preñadas de la lluvia que ha de lavar los cristales de mi casa.
Hoy es domingo.
Y todo está en calma.
La ropa doblada, la cama hecha, los platos limpios en la cocina. Está todo bien.
Quisiera mecerte como si fueras la niña perdida y confusa que veo en tus ojos, esos ojos grandes y perfilados de rímel. Ojalá cupieras en mis brazos. Quisiera cepillarte el pelo y que te durmieras. Mantenerte lejos del frío que se cuela bajo la puerta. Decirte que todo va bien.
El caos, el desorden en la vida es un medio de supervivencia. Es un mecanismo ancestral y es necesario. Los plataneros de sombra han comenzado a desnudarse ante el invierno, y las hojas caen persiguiéndose hasta el suelo.
En realidad no sé que quiero decirte. Puedo seguir escribiendo sobre las cosas que me parecen bellas desde mi casa, pero probablemente a ti no te sirva de nada. A ti sólo te sirva que te mantenga alejada de este frío que congela las almas destapadas. Pero creo que no puedo.
Debes encender tu propio fuego.
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