domingo, 27 de octubre de 2013

Zapatos nuevos

El día que volví a verle, estaba en el centro, sacando dinero del cajero automático, dentro del banco.
Esa mañana había entrado en la habitación de mi compañera Leo para pedirle una bufanda que me hiciera juego con la chaqueta verde, una muy larga color siena que abriga bastante. Estaban haciendo temperaturas gélidas, teniendo en cuenta que aquí, se pasa directamente del invierno al verano, sin avisar, unos días ibas en jersey, y al siguiente te morías congelado buscando las llaves para entrar en casa.

Sabía que Leo estaba en su cuarto porque la noche pasada la escuché viendo la televisión. Estaba con Marco, nuestro otro compañero de alquiler.
Marco era estudiante, al igual que nosotras, pero su verdadera vocación era la fotografía. Solía retratarnos con su cámara réflex cada vez que tenía oportunidad. A mi me gustaba. La cámara, aclaro. Marco era un tanto tímido al principio. Llevaba 8 meses con nosotras y no le habíamos conocido relación alguna. Era un poco ambiguo al hablar del tema. Acabamos tomándole por alguien completamente asexual, y eso nos dio confianza. Le contábamos todos nuestros escarceos, nuestras conquistas y “futuras presas”, como Leo decía siempre en broma. Y él incluso nos daba consejos. Nos entendíamos los 3 a la perfección. Éramos como un matrimonio bien avenido, como hermanos. Éramos un triángulo de dimensiones perfectas.

Fui directamente hacia el perchero de Leo, y cuando iba a pedirle la prenda, los ví a  los dos. Bien de mañana. Estaban en esa postura tan tierna y reconfortante después del sexo.
No podía creerlo, habían pasado la noche juntos. No quise molestar, y salí despacio sin hacer ruido. No cogí la bufanda. No quise alterar esa atmósfera tan delicada.
Salí del piso y me fui al centro, a desayunar churros con chocolate. Estaba un tanto confusa por cómo sería todo a partir de entonces, pero no quise pensar más en ello. Fui al cajero a sacar dinero para unos zapatos nuevos.

Al acabar la operación, estaba allí. Tras de mí, preparado para sacar la cartera del bolsillo trasero.
Había cambiado considerablemente. Llevaba una barba desaliñada de unos 4 días, y el pelo le caía por la frente y las orejas. Espeso, y para mi sorpresa, algo canoso. Claramente se trataba de él.

-Hola chiquita.

Y me hice minúscula en décimas de segundo.

-¿Vas a comprar zapatos?

Sentía arder las orejas y las manos frías.

-Debería acompañarte. Hoy me he llevado una gran sorpresa y aún estoy impactado. Creo que yo también necesito un par nuevo. Vamos.

Guardó su cartera y sujetó la puerta del banco mientras yo salía.

-¿Cuándo te has cortado el pelo? Te has echado como 5 años encima.

-Han pasado 5 años, no es el pelo, es el tiempo.

-Vaya, quizás haya tardado demasiado.

Seguimos caminando por la avenida, sin mirar escaparates. No había razón alguna por la que tuviera que volver a pasar por aquello. Resultaba estresante. Sentía la sangre palpitar en mis sienes. La garganta seca. Frío, calor. Y él parecía divertirse con la situación.
Yo caminaba con la única intención de seguir respirando, hasta que me detuve en seco.

-¿A qué has venido? ¿Me buscabas? No lo creo. Seguramente ha sido una odiosa casualidad y como siempre, sacas provecho de ello. Hace mucho tiempo que te fuiste y apareces como si nada hubiera pasado. ¿Sorpresa? Esto es una gran putada. No tienes ningún derecho.


-Tienes toda la razón. Los zapatos que compres los pagaré yo.

-Es lo único que puedo esperar de ti, algo tan efímero como estrenar zapatos nuevos. Me vas a hacer rozaduras, lo sé.

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