Llego a las 10, tengo velas, rosa, y una cámara con la que no te llevas bien. Más rosas, más de todo, no hay fin. Y esa camiseta verde oscura que me gusta tanto. Sacas trucos como los magos sacan cartas de sus sombreros, y en lugar del redoble de tambores y el "Chas" de los platillos acabas mirándome por encima de la gafa imaginaria. Inclinas la cabeza y enciendes unos dulces ojos claros que son la envidia de cualquier flash de Nikon.
Estamos famélicos, hambrientos. Cenamos. Delicioso. Y ahora el secreto (para mí muy hecho, por favor). Nos damos permiso para incumplir las siete horas y media de digestión.
Me encuentro flotando entre nubes de vapor. Otra rosa. Ya van tres. Como ya te dije, me siento en casa, cualquier sitio donde estemos es mi casa. Podrías haberte quedado ahí, donde estabas, podrías haber corrido en dirección contraria, pero has venido, y estás aquí, y es fantástico.
Tan fantástico como preguntarse si los espías saldrán comidos de casa en sus misiones secretas. ¿Lo harán?
Te asombras y me dices la cantidad de cosas que hemos hecho en este tiempo, pero yo pienso en... (pista).
No hay comentarios:
Publicar un comentario