La puerta de la habitación sonó dos veces. Un
hombre preguntaba, muy tímido:
-¿Mademoiselle Fenix? ¿Está usted en el apartamento,
mademoiselle Fenix?
Nadie contestó. Denis llamó de nuevo a la puerta y preguntó:
-Mademoiselle Fenix, la señora Vendôme me dijo que se
encontraba en casa, que insistiera. Por favor, ¿me permite pasar?
Fenix era una mujer hermosa, de largas piernas enfundadas en unas medias negras con algún que otro remiendo. Mademoiselle Fenix era de esas mujeres que saben de la vida, que saben de los hombres. Llevaba años caminando por el borde de su cama, haciendo equilibrios para no caer y era ya una experta. Además era buena, la Señora Vendôme lo sabía y le concedió hace años su mejor apartamento.
-Otro cliente- Bufó Fenix. -Esta mujer no me deja descansar ni
durante el almuerzo. ¡No para de venir gente, ni que fuera esto la escalera al infierno!
No pienso abrir esta vez, estas piernas están cerradas hoy.
Denis volvió a llamar a la puerta, cada vez más nervioso. Ya le habían avisado del humor caprichoso de la señorita. -Mademoiselle Fenix, por favor, necesito su ayuda, es
muy urgente. He venido por su consejo. Permítame el honor de entrar y conversar
con usted. Me siento enfermo.
-Los enfermos van al médico, no visitan a Madame Vendôme. Vuelva esta tarde, o vuelva mañana si es preciso. Pero ahora necesito
descansar. No me haga enfadar.
-Es otro tipo de medicina la que necesito de usted,
mademoiselle. Le juro que no la violentaré. Sólo pretendo hablar con usted.
-Que pretende hablar, dice el muy canalla. No hay
hombres que hablen y no quieran acabar en una cama. Señor, hablar le costará el mismo precio. Y estoy generosa, lo toma o lo deja.
-Me parece justo. ¿Puedo pasar?
Fenix se levantó y fue hacia la puerta. Paró un momento en el espejo redondo de su entrada, se cerró el batín y recolocó un mechón de pelo rebelde que había escapado de su moño. Abrió la puerta de forma brusca y lo vio.
-Ya está usted dentro. Ahora, ¿a qué ha venido?
Denis era un hombre joven, y sudaba vergonzosamente. Llevaba un pañuelo entre las manos y no dejaba de estrujarlo, estirarlo y volverlo a estrujar. Se quedó pálido al ver a Fenix frente a él, tan imponente y desafiante. Llenaba toda la habitación con una magia extraña y peligrosa.
Fenix entrecerró los ojos y le echó el humo de su cigarro en la cara. Ya empezaba la historia de siempre. Había hombres que intentaban adularla con palabrerías, pero ella no vivía con eso. Solían ser mentiras aprendidas en distintas camas. Esos hombres se divertían imaginando que la conquistaban, pero al final siempre había un precio.
Se dio la vuelta enfadada y se sentó en
el sofá que había en el centro de la habitación. Era muy fría y distante y miraba al joven con desprecio. Hoy no tenía ni necesidad ni ganas de ser amable con nadie.
-Usted
quédese ahí. Cuanto antes se canse, antes se irá. Ahora dígame qué quiere, y
deje el dinero sobre esa bandeja.
Denis se quedó de pie frente a ella. Sacó unos billetes y
los puso en una bandeja metálica que encontró sobre una mesita, bajo un espejo. Al lado había un gato negro. A Denis le gustaban los gatos. Al gato no le gustaba Denis.
-Mademoiselle. Necesito su sabio consejo. Tengo amigos
que me han hablado muy bien de usted, de su gracia y su ingenio para conversar.
De su rapidez de palabra. Dicen que sabe dar a cada hombre lo que busca de
usted. Que es una llama inagotable de pasión.
Fenix lo escuchaba indiferente fumando en su sillón.
Denis continuó su discurso. -Yo nunca he recurrido al calor de las mujeres como
usted. Nunca.
Ella lo miró casi ofendida y sorprendida más aún. -¿Nunca?
-Nunca, y quizás sea por eso por lo que no encuentro las
formas de tratar con el sexo femenino. Ustedes, todas, son difíciles, son
enrevesadas. Dicen una cosa cuando piensan la contraria. Nos ponen
continuamente a prueba. Y no sé cómo, tienen por norma suspendernos en sus
exámenes imaginarios. Me tienen muy enfadado.
La señorita del cigarro se rió. Parecía divertirse. -Sé bien lo que es una mujer. Lo que creo es que no lo
sabe usted. ¿Viene aquí a que yo le dé lecciones de cómo tratarnos? ¿Viene
usted a por "El manual de La Perfecta Prostituta", señor…?
-Señor Domeneq. Denis Domeneq. Y !no! De ninguna
manera. Ése no es mi cometido señorita. Me avergüenza esta situación. Un
hombre de mi edad, teniendo que recurrir a esto… Mademoiselle Fenix, me he
enamorado.- Se arrodilló frente a ella.
-¿De mi? Evidentemente que…
Denis se puso en pie de un salto, como un resorte. -!No! !De usted no! De la señorita Boulard. ¡Mademoiselle
BOULARD! Ella es una dama distinguida. Ella fue
hecha en el Olimpo por y para mi delirio. Ella es tierna, es delicada.
Mademoiselle Boulard es el Edén, mi propósito en la vida es conseguir su amor.
Vivir por y para ella. Mademoiselle Boulard.
Los ojos del muchacho se iluminaban con sólo pronunciar aquel nombre.
Fenix sintió una punzada, la misma que le daba otras tantas veces en que venían señores que ya tenían a su dama. Ella que era el terror de los
hombres, que hacían fila en su ventana para verla tender las medias. Ella que
mantenía toda la casa de Vendôme con sus beneficios, no era distinta de sus compañeras de oficio. Era la mujer a la que siempre olvidaban después.
El joven continuó insistiendo, y confesó lo que quería: -Consejos de amor. Pensé que un lupanar era la mejor
fuente de la pasión.
Ella no podía ver en esto mejor negocio. Al fin y al cabo era lo que era y sabía perfectamente dar la patada a sus desilusiones, aunque volvieran más tarde para atormentarla.
-¿Qué recibiría yo a cambio de tan tediosa tarea?
Que sea usted capaz de enamorar a una dama..
Veo que ese objetivo es del todo imposible. ¿No
le apetece coleccionar sellos mejor? ¿O plantas? ¿O recorrer los mares
del sur? Propóngase usted mejor alcanzar la luna, y le aseguro más éxito que en
esto. Encandilar a una señorita, sin ningún tipo de atractivo, encanto, o
efectivo…
-El dinero no es problema Mademoiselle Fenix, le pagaré
bien las visitas que le haga. Prometo que no la tocaré. Sólo quiero que me
enseñe a agradar a las mujeres. Que haga de mí un hombre atractivo para
ustedes.
-Ya veo. Bien, te daré algunas
nociones, y ensayarás conmigo alguna que otra frase que seguro debe impresionar
a tu querida (en tono de burla) MADEMOISELLE BOULARD.
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