jueves, 28 de febrero de 2013

Palomitas de maíz


Había alguna ventana abierta que dejaba entrar un aire gélido mientras nosotros, sentados en el sofá imaginábamos entre ambos un abismo, al que no nos atrevíamos ni mirar. Y en la televisión no había más que publicidad. Y ninguno hacía nada para que acabara la corriente helada. Y ninguno de los dos decía nada para cortar el hielo.

Y así en esa habitación azul latían dos corazones dispuestos a no encontrarse, escondidos tras capas y capas de tejido, de costillas, esternón, y más y más tejido. Y estábamos ciegos de la vergüenza.

-¿Quieres que hagamos palomitas?

-¿A ti te apetecen? Porque si es así, hazlas.

-¿Pero tú vas a comer conmigo?

-Mmm, bueno, supongo que una vez que las huela tendré ganas, y comeré algunas. Sí.

-¿Entonces hago las palomitas, no?

-Sí.

-Bien, en seguida vuelvo.

Y me levanté a buscar palomitas para dar algo de calor al piso. Y en el camino pensé en las propias palomitas, y en nosotros. Iba a provocar cientos de explosiones controladas por la bolsa de papel, durante 3 minutos exactos.        Iba a hacer que algo se moviera al fin y explotara, y mientras, en la habitación no era capaz de girar la cabeza para mirar a su lado. Y no me pareció bien. Así que volví, y me paré en seco. Seguidamente di la vuelta y estaba de nuevo en la cocina. Respiré. Saqué la bolsa del microondas, y con los vapores casi me quemo los dedos. Pero no podía pararme a pensar en eso.

Él estaba allí, haciendo zapping –como odio el zapping- y yo tenía las mejillas sonrojadas por el calor. Todo irradiaba calor. Las manos me sudaban, y el resto de mi agua se evaporaba y me dejaba la garganta seca como el cartón. Todo parecía tan complicado. Lo había hecho cientos de veces. Sólo tenía que seguir los pasos aprendidos. Pero estaba nerviosa, y no hilaba las palabras.

-¿Me comes?, eh, digo, ¿las comes?- ¡joder! Qué estúpida, como he podido decirle eso! Suena a novela rosa de bolsillo, ¡por favor! No le mires, siéntate y no respires.- Toma.



----¿Pero qué hace? Está muy nerviosa, ¿estará incómoda? Fijo que lo estoy haciendo mal, sonríe, sonríe y come palomitas, y todo irá bien. Veremos la película y me iré a casa, yo solito. Mierda, se está chupando la sal de un dedo! ¡No hagas eso! Vale, ahora no me puedo levantar, fantástico. Soy un inútil.----

-¿Quieres algo de beber? Hay cerveza fría, y Pepsi, y creo que me queda un poco de ron, no sé, lo que quieras. ¿Te pongo algo?


-Mmm, si, eh, me, me, pones, me pones. Mm, un coca, un poco, eh – Dios- Una pepsi, gracias.


Y cuando volví de la cocina, las palomitas ya estaban frías. Y él buscaba su cartera, pero yo fui más rápida, y alcancé mi bolso. Y no hubo que decir nada más. Al igual, que nada más puedo decir.


Desperté, y la pared y la cómoda de enfrente de la cama se aproximaban bruscamente como en las películas. Y estaba sola. Desnuda, pero sola. Y no sabía si me había desvestido yo, él, o yo haciéndome pasar por él. Qué neurosis.
Escuché la cisterna del baño. Y la pared y la cómoda de enfrente de la cama volvieron a su sitio. Ya recordaba. Me limpié los restos corridos de pintura bajo los ojos e hice ver que dormía.


-Vamos, te tiembla labio. ¡Te estás riendo! ¡Serás mentirosa! Jaja, estás despierta. Pero casi cuela, buen intento, pero estás atravesada en la cama, te voy a aplastar si no te echas a un lado.

-Mmm, ¿Quieres hacer… palomitas?




Y esto es lo que sucedía mientras en el piso de arriba, un hombre pequeño. Un hombre al que ya se le veían las ideas, y además tenía esa fina película grasa que hace que, por si fuera poco, le brillaran,  se tocaba la mano vendada por el accidente de la tarde. Se había dejado los tres dedos medios entre la puerta y el coche. Tramaba su fin.

Cuando algo muere, algo nace también.

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