miércoles, 8 de enero de 2014

Botellín de cerveza

Entraste en el bar, en la previa de Nochevieja. Yo ya llevaba una cerveza en la mano, y tú parecías el mismo de siempre. Sólo lo parecías.

La gente te abraza, te saludan, te quieren y te desean Feliz Navidad. Puedo leer sus labios y expresiones y mis espías lo confirman también. Insisten en saber cuándo vas a volver, hasta cuándo te quedas, cuántos kilos de macarrones y spaguettis traes en la maleta, qué tal es la vida en Italia. Me da por pensar que quieren protegerte de mi presunto halo de maldad pelirrojo de tinte. Uno de ellos me llamó fulana. Y no lo soy. Pero para ti sí me he convertido en “mengana”. Soy cualquiera entre el barullo del bar. Simplemente no existo. Y por ende, yo te ignoro. Es más fácil, pero no es lo correcto. En un universo paralelo en el que las gominolas y los zapatos son gratis, yo me atrevo a girarme hacia la puerta, y entonces, debido a que somos de los más altos de la estancia, tu mirada y la mía se cruzarían, nos saludaríamos desde la distancia sin resquicio de rencor. Nos saludaríamos de corazón. Yo te dedicaría mi mejor sonrisa y quizás eso te conmoviera y me perdonaras. Y ya está. Simple.

Esto está escrito en un desiderativo tiempo condicional. Puesto que aún no ha pasado, y dudo que se haga realidad. Los días suceden a los meses y a los años y sigo sin tener el valor suficiente para dirigirte la palabra. Un saludo siquiera. Conforme una crece, pasan dos cosas: en primer lugar, los pubs del pueblo se llenan de los niños que recuerdo haber visto en Primaria, corriendo por el patio del colegio mientras nosotros los observábamos con nuestra paternalista expresión de autosuficiente Enseñanza Secundaria Obligatoria, y segundo, una empieza a echarse experiencias a la espalda y no le queda más remedio que pararse y analizarlas. Empiezo a hacer balance de mis aciertos y errores. Mi mirada crítica particular.

He tomado conciencia de mis grandes defectos, de los que he tenido el valor de encontrar frente al espejo. Admito ser una persona soberbia. Soviética, que dice mi madre. Admito lo engreída que puedo resultar. Irritante, ambiciosa, condescendiente y orgullosa. Admito que en ocasiones puedo hacer que alguien se sienta como la mosca en la leche. Admito lo mucho que lo odio, pero admito que mi ego se resiste a poner medidas contra esa capa venenosa que cubre mi piel. Mi actitud intimidatoria y la necesidad de atención que requiero. Femme fatale. ¿Ves? Siempre acabo hablando de mí. Hay días en los que harto de mí, en serio. Haría como Peter Pan y me desprendería de mi sombra. Serían unos momentos de paz. Nunca te quejaste de eso, de lo mucho que me quiero, y nunca entenderé por qué.

Sin embargo, pese a lo tóxica que pueda resultar, algo de bueno creo poseer. Algo que se libró de ser ungido en el pecado original e intento potenciar. Ojalá y algún día pueda decirte Adiós desde lejos y no sienta que va a molestarte. Pero nunca lo sabré.

En retrospectiva, hace tiempo conseguí que al mirar atrás, al pensar en que un día hubo un  “nosotros”, los primeros recuerdos que veo son los que nos unieron. Los buenos. Son muchos y estoy orgullosa de ellos. Lo que nos separó ha hecho de los dos algo grande, cada uno en su camino. Así que a día de hoy el balance es positivo. La vida nos trata muy bien y nos ha dado a gente que verdaderamente nos comprende. Salimos ganando. El Domingo astromántico nos llevó a lo que somos, y podemos alzar la cabeza bien alto, reir y brindar con cerveza por ello. A tanto no llegamos, lo sé, pero ese toque cómico e idílico se me permite en el blog ;)

Manhattan se llena de tráfico y personas corriendo despavoridas al trabajo y a las rebajas. Y yo los observo tranquilamente mientras leo los primeros capítulos de un libro que me llena de satisfacciones,  alegrías y amor. Un libro encuadernado en una preciosa piel azul irisada. Lo saboreo. Es magnifico. 
Además, ha llegado la vuelta al cole y estamos minados de exámenes. Exámenes everywhere! ¡Suerte!

Besos y abrazos!

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