lunes, 11 de marzo de 2013

Capitana de una cáscara de nuez

Un problema es tal porque tiene solución. Saber cual es un misterio. La respuesta puede ser No, puede ser Sí... ¿Es la correcta? Mi madre usa un método infalible en tales situaciones. Coge una nuez, con sumo cuidado la abre. Ahora tiene dos mitades. En la fuente donde sirve la ensalada vuelca una jarra de agua. Dos papeles. Dos opciones escritas. La mitad de la nuez me la como yo, y hago sitio en la cáscara a la solución primera. Ella hace lo mismo con su parte. ¿Preparados? Comienza la carrera. Gana la respuesta que llegue antes al otro borde de la ensaladera.



Partí una nuez y subí a ella con un gorro marinero y una camisa de rayas. Jamás descuido la estética. 

El sol doraba mi piel, pero seguía con la cara blanca, -color aceituna, que diría mi madre- y navegué. Yo misma con mi cáscara de nuez me propuse surcar las aguas en busca de Dios sabe qué.

El viento me revolvía los cabellos, y unas sábanas de lino blancas me sirvieron de vela. 

Todo era calma, todo era armonía.  No me preocupaba nada que no se viera desde el catalejo  pirata. Cantaba canciones al ron y a las mujeres bellas, cosa que queda muy bien en las películas si salen de labios de un barbudo hombre que fuma en pipa. Pero yo era una señorita.

Pasaron los días y las noches. Los días cálidos, las noches frías. ¿A dónde iba? No importaba, tarde o temprano me encontraría. Era capitana de mi cáscara de nuez. 

Hubo entonces un resorte entre las olas y emergió, poco a poco en el azul horizonte una isla.

Tú aún no lo sabes, pero estabas allí. 

¿Qué pasa? ¿No se ha dado cuenta? Soy pirata callejera y no miras mi barca de madera.

Estás en tu isla con tu cubo de arena. Pareces tan ocupado que no voy a gritar  e interrumpirte. Se te ve tan concentrado, tan alto y uniformado.

Voy a echar el ancla -es un tenedor atado a una corbata- y voy a sacar las piernas fuera de mi nuez-barquera. Este es el plan: 

No hay plan, no hay reglas.

 De tu boca a mi boca van decenas de palabras enlazadas con nudos marineros. Gobiernas la república de tu isla independiente tras esa coraza de conchas color de arena. Y yo ya estoy descalza, dispuesta a caminar por esta elástica orilla, ahora tuya, ahora mía. La pregunta es: 
 ¿Vas a dejarme descubrir tu isla?



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