domingo, 10 de marzo de 2013

Un sol que no calienta


Vuelan los estorninos meciéndose suspendidos en el aire. Buscan refugio. Chillan en bandada. Una golondrina no hace verano, pero no es nada contra ese ejercito enloquecido que dibuja sus gritos entre tejados poblados de jaramagos amarillos.

Los gatos, que antes se lamían pasivos y ajenos al devenir de los viandantes, ahora miran al cielo, relamiendo sus bigotes, oliendo brevemente, para una vez vista la imposibilidad de cazarlos al vuelo, seguir su ritual higiénico.

Los perros, sumisos y despreocupados olfatean las esquinas marcando territorio, moviendo el rabo a cada perra que pasa. No están en celo. No tienen ganas.

Llega con su baile lento, abanicando a las nubes, la cigüeña, que posa sus largas patas en aquellos nidos. Nos engaña la vista. Parecen pequeños, pero nos acunarían ya adultos si de plumas nos regalaran.

La paz del verano es ver la vida seguir su curso, cíclico. Las hormigas en fila de a uno.  Mirar guiñando un ojo para evitar tanta luz que dora las almas. No llevar reloj. Estoy deseando que llegue finales de junio para no llevar reloj y cambiar esta cérea envoltura por mi traje de ébano. Dorada por un sol que ya sí calienta.

La gata sobre el tejado de uralita

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