martes, 26 de marzo de 2013

Capítulo 2



Era otra tarde igual a las que sucedieron las semanas anteriores. Fuera hacía frío, y en casa de Fenix no. Denis acudía a verla regularmente tal y como habían acordado. Estaban entablando lo que podría definirse como "amistad". Más allá de que Denis pagara su tiempo igual que cualquier otro cliente, empezaba a sentirse a gusto en la compañía de Fenix, y quería creer que era algo recíproco. 

Charlaban, bebían y fumaban. Denis incluso se deshacía de su chaqueta y se desabrochaba el chaleco y los primeros botones de la camisa cuando aparecía por la puerta. Ella sabía como hacer de aquella casa un hogar. Sin embargo, por mucha confianza que parecieran tener, Fenix se mantenía en su posición. Denis se planteaba en ocasiones si no sería ella en realidad, la que necesitaba su ayuda. Pero aquella mujer era un enigma.


-Fenix, ¿por qué lleva usted siempre zapatos de tacón? Incluso estando en su casa, conmigo, a quien no ha de seducir. No lo entiendo. ¿No le duele al caminar?- preguntó el joven con tono dubitativo.

Fenix se negó a contestar inmediatamente. Se hizo un silencio incómodo pero Denis no quiso decir nada, tensando la fina cuerda que había lanzado a la muralla de la chica, en pos de intentar subir a ella y ver qué escondía.

-Las mujeres como yo hemos de andar sobre las espinas de las rosas que ustedes les regalan a otras. No podemos permitirnos el lujo de andar descalzas, Denis. Nunca. Pisamos los cristales de vuestras ilusiones rotas cuando venís a colgaros del pecho. Caminamos sobre las ascuas del desprecio de vuestras esposas. De la decepción de nuestros padres.  No se preocupe por mi. Con mi tacón piso fuerte, me hace más alta, caminar más erguida, me da la dignidad que he pagado por esta vida. Por eso, no, no me duelen los pies al caminar, Denis. Y despojarme de ellos significa para mi quedarme en la más absoluta desnudez, aunque no haya nada más que cubra mi sexo.

 -¿Nunca se los quita? ¿Ni para…trabajar?

Fenix negó con la cabeza. Dio una última calada a su cigarro y exhaló el humo. Tardó el tiempo justo en volver a coger aire, hasta sentir que se ahogaba. Pero no. Respiró de nuevo, esta vez para volverse y sonreir a Denis. Y allí estaba él, inclinado hacia delante, sentado con los codos apoyados en las rodillas y los dedos enlazados sobre la boca. Y le sonrió. 

Profundamente se sonrieron los dos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario